Virgencita que me quede como estoy- Diario de mi Evolución© 5

Al año de esto fue cuando decidí irme de Jaén, motivada y apoyada por el hecho de entrar al grado superior de guitarra en Sevilla. Trabajé un verano en Marbella y me mudé a la capital hispalense, que en parte había visto crecer a mi abuela, justo cerca de donde ella había vivido. La calle Torneo, de la que tantas veces había hablado. Siempre voy a apreciar cómo ella hablaba de su infancia en Sevilla, en San Juan de Aznalfarache y Peñaflor, como si hubiese vivido en una cama de rosas cuando la realidad fue, que vivió una Guerra Civil que la mantuvo separada de sus padres y hermanas, más todo lo que tiene vivir una guerra.

Cuando llegué a Sevilla quise aterrizar un poco para ver qué me andaba pasando, pero lo cierto es que no tenía tiempo. Por un lado el trabajo en la hostelería de Marbella me había dejado extasiada y necesitaba dormir mucho; por otro las clases del conservatorio me llevaban toda la mañana. Recuerdo que sufrí una tortícolis intermitente y que había momentos en los que entraba en una ansiedad horrible. Eran pequeños ataques de ansiedad que aparecían y se iban y en los cuales que tenía muy presente a mi abuela. Con el tiempo los pude relacionar más afirmativamente, porque descubriría que en el tiempo coincidían con los ingresos de ella en el hospital. Había más de 300 kilómetros de por medio, y eso me costaba entenderlo.
Fue en enero de ese primer curso en Sevilla cuando empecé a trabajar otra vez porque el dinero del verano, solo me dio para un trimestre. Trabajaba en pleno centro de la ciudad, en la Campana. Hasta tuve la ocasión de ver «la madrugá» desde un balcón de la planta superior del local. He de reconocer que la melodía que tocaba la banda me emocionó sobremanera. Más adelante, trabajando durante una noche de sábado en la que iba a fregar el baño de señoras, cuando me pinché con una aguja. Era una aguja pequeña de la que solo vi el plástico. Lo vi, me agaché a cogerlo —llevaba guantes— y sorpresa: me clavé la aguja que lo acompañaba. Durante muy pocos segundos toda mi vida pasó ante mis ojos: desde que nací hasta ese momento. Me quedé inmóvil, de cuclillas junto al inodoro. Pensé en el sida, la hepatitis… Pero principalmente, pensé que ese a accidente podía cambiar mi vida. Lloré en lo que terminaba de limpiar y al acabar mi turno me fui a la mutua. Justo esa noche, habían tenido una avería eléctrica y tuve que volver de nuevo a primera hora de la mañana para realizar la extracción de sangre. Por suerte no me contagié de nada. Sin embargo aquello me cambió la vida: se acabó el perder el tiempo.
Pasé de curso y durante el primer trimestre del siguiente, tuve de nuevo unos golpes de cansancio por los que dejé de trabajar. Podía pasarme entre 24 y 36 horas durmiendo perfectamente sin levantarme siquiera al baño. En diciembre de ese mismo año, me denegaron la beca y tuve que plantearme si en mis condiciones seguía en Sevilla o me mudaba a Salamanca, donde mi padre vivía desde hacía quince años. Como he mencionado antes, fue Salamanca la opción más lógica dadas mis circunstancias.