Hay soledades y soledades- Diario de mi Evolución© 9

Recuerdo y guardo en mi memoria un par de veranos en Jaén cuando era adolescente. Un momento de aburrimiento grande me abrió por primera vez la puerta a muchas horas de intimidad en mi pequeña habitación. Era un lugar pequeño y recogido, no me importaba, lo sustancial era que ahí yo era dueña de mi tiempo, de mis acciones y mis pensamientos. Para aquel que no conozca Jaén, he de decirle que el calor en verano por la noche puede sobrepasar los 30º C. Uno ha de acostumbrarse a dormir en los excesos de temperatura. Durante esos calores, pasaba horas leyendo como si ese fuera el único alimento que necesitara. La madrugada quedaba corta en comparación con las ansias de estar así conmigo misma. Si soy sincera, no solo estaba conmigo. Mi compañía era el libro de turno.

Recuerdo «La casa de los espíritus» de I. Allende que me absorbió a la vez que yo lo absorbí a él. También «el Señor de los anillos», a H. P. Lovecraft y a «Sexus» de Henry James. Hubiese podido estar toda mi vida haciendo eso: sumergiéndome en los personajes y las historias de los libros, siendo parte de ellos. No era un refugio aunque me lo he cuestionado alguna vez. Eran otras cosas como disfrutar de mi espacio y mi soledad, aprender a través de los personajes mi favorita, intentar comprender al ser humano.
¿Por qué me desplazaban la mayoría de los niños en el colegio? En la adolescencia dejé de cuestionármelo pero reconozco que esa pregunta quedó en standby hasta que la pude contestar.
Como he escrito, recuerdo esos dos veranos en los que pude disfrutar de esa intimidad. Luego entré a trabajar en el Burguer y se me acabó el chollo. Mejor dicho, luego crecí y vi que si quería hacer lo que me había propuesto, necesitaba trabajar.
Desde entonces, he pasado pocos veranos sin trabajar, exactamente si no recuerdo mal solo uno. El resto o trabajaba o tenía que realizar algún trabajo académico. Porque además, hay que añadir que el instrumento musical no te da descanso, es como un hijo. Depende exclusivamente de ti, de cómo estés en el momento de estudiar, de si ese día estás más lúcido o más loco. El instrumento va a ser lo que tú seas, con sombras y luces y además, con una animación que parece querer expresarse.
Reconozco que si no llega a ser por el Conservatorio, mi vida hubiese sido mucho más fácil pero también hubiese tenido menos sentido por no decir que ninguno. Esa soledad con el instrumento, esa dureza y dificultad académica, te hacen aprender de ti mismo muy crudamente. Algo así como cuando vas a morir: estás tú contigo mismo y no hay nada más en apariencia, aunque es más que suficiente.