EL MÁS ALLÁ I

En esta vida cuando cumples muchos años y echas la vista atrás, dices que te da tiempo a todo, que no hay prisa por hacer las cosas. Desde estos treinta y ocho años y medio que tengo ahora, doy la razón, pero también me encuentro con que si te decides por concentrar en algo (algún proyecto o alguna historia) los días pasan raudos y veloces. Es un hacer para el que te falta tiempo. Las ansias y el no ver el trabajo nunca acabado te visitan con impertinencia, como estas lluvias de verano para las que no había ninguna nube y que de repente aparecen todas de golpe y porrazo. Si pienso en estos años que os comentaba en la entrada primera de esta etapa, de quién soy, con tantas salidas del cuerpo y tanto manejar conocimiento de la existencia humana, lo veo como un parón en mi vida material. Me he dedicado a cosas pero cosas intangibles, que no se ven, que no se aprecian con el ojo humano. Cosas para las que hay que echar las vísceras y el tercer ojo, como primeros y últimos arrojos.

Me ha dado tiempo a hacer cosas, y una de las mayores cosas que he hecho ha sido comprobar que la muerte solo es un tránsito y que la vida más allá de ella continúa y continúa, como en un eterno constante que está siempre presente. Es descubrir la belleza de la existencia como quien mira por primera vez una flor y babea y se sorprende porque tal cosa pueda existir aquí. Aunque hoy estoy acostumbrada, fue algo así, un descubrimiento continuo de lo que estás viviendo y de lo que está sucediendo delante de tus narices. Un descubrimiento tesonero de lo que significaba todo ello.

La cosa se complicó porque apareció la malignidad en escena. En los vídeos de Instagram me he referido mucho a ella. Esa aparición me permitió entender el juego que existe en estos lares de esas dos fuerzas que en nuestra historia, han sido perpetuas. Todavía suspiro cuando echo la vista atrás y me acuerdo de algunas cosas.

A lo que voy: que morimos es un hecho. Lo que sucede con nosotros después, todavía no. Todavía hay religiones y pensamientos que establecen ciertas corrientes (nada esclarecedoras) donde nos dan mascado lo que puede ser con nosotros después de la muerte. Al final, se trata sencilla y llanamente de creencias, pasillos de tránsito, ideales… Son muchas las raíces que lo permiten, y viejas, tan viejas como la humanidad.

No quiero dar a entender que lo que yo vaya a decir al respecto sea la verdad absoluta, pero sí quiero manifestar que es la verdad que he experimentado, y que por tanto, es la mía. Es lo que me importa, porque valoro mi tiempo, mi cuerpo y mi conciencia. Sí que quiero explicar, que cuando tienes una salida del cuerpo en la que no has desconectado tu conciencia de la experiencia, la propia salida impregna tu cuerpo existencial, porque estás en la Tierra o te has ido a otros planetas y la materia lo permite. Esto es una vía de única dirección y doble sentido: nosotros impregnamos la materia y la materia nos impregna a nosotros.  La materia es una verdad que subyace a la experiencia terrenal, es inherente, es omnipresente. Entre tanta vorágine física, lo inmaterial se filtra y se intenta adueñar de ello. Porque, te digo con total seguridad, que de eso va la historia: adueñarse de la materia.

Así pues, ¿qué pasa con nosotros cuando morimos? La respuesta es simple: cambiamos de dimensión. Ya no tenemos cuerpo físico, nos quedamos en el cuerpo existencial y continuamos con el eterno de la existencia. ¿A dónde vamos? Pues te lo cuento en la siguiente entrada.

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