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Aliento 2

Hacia dónde nos dirigimos.

La mayoría de nosotros en esta sociedad  construimos día a día. Hacemos todo lo que podemos hacer por continuar con las pautas establecidas: esas que se supone que son las correctas y que tenemos realizar si queremos llegar a eso que se considera éxito. El éxito que nos venden de forma generalizada consiste en un paquete muy concreto que presupone y asegura la correcta supervivencia de una nación fuerte y unida. Una nación conformada por millones de familias que hacen el esfuerzo de salir adelante aunque lo que la sinceridad de algunos de sus miembros guarda, son unas ganas tremendas de mandarlo todo a la mierda. Principalmente, mandar a la mierda a eso que religiosamente llamamos «familia».

Por un lado, reconozco que gracias a esta estructura en la que parece que nos hemos puesto de acuerdo distintas generaciones unas tras otras, la familia permite que algunos seres humanos —mal llamados seres humanos— más cercanos a nuestros antepasados prehistóricos que al homo sapiens, tengan la opción de desarrollar la responsabilidad y el compromiso con otro semejante. Responsabilidad y compromiso que millones de mujeres —sobre todo ellas— han adquirido y asumido por el simple hecho de ser madres, abuelas, tías, hijas, sobrinas… A veces incluso, coqueteo con el hecho de pensar qué sería de nuestro apreciado país o nación si no hubiera tanta mujer depositando su confianza, tiempo y apoyo generosamente a todos estos hombres que son, sus padres, maridos, hijos, hermanos… y que por ocupar un lugar en su vida, parecen estar exentos de todo lo demás. Sobre todo, parecen estar libres de la ignorancia que justifica la injusticia y desigualdad al respecto de las circunstancias generales que mantienen a la generosa mujer, entregando una vida que le corresponde a sí misma, y no a un país, nación, estructura ni causa si ella no quiere o no elige. Estoy hablando de esa ignorancia masculina —que también existe en muchas otras mujeres— que da preferencia a la figura del hombre o a la de la mujer para según qué tareas o funciones.

He tenido la gran suerte de haber crecido entre mujeres que, no libres del momento machista que he descrito anteriormente propio de este tiempo, han colaborado tan buenamente como han podido, aportando cada una lo que tenía, en función de sus posibilidades. Es decir, cada una ha arrimado el hombro sin que por aportar mayor cantidad de algo o resultar más trabajosa la tarea, se le haya dado por ello una posición de privilegio o poder, cosa que sí ocurre en la mayoría de los hogares con la figura paterna o masculina. Es como si el hombre supiera más o se desenvolviera mejor por ser hombre, cuando si ocurre esto, simplemente es porque el que se dedica a algo concreto o tiene esa posición, termina aprendiendo y desarrollando las habilidades y conocimientos necesarios para llevar a cabo dicha labor. Dedicar tiempo a algo habiendo puesto la inteligencia propia en marcha siempre nos lleva a algún lado, independientemente de si la labor consiste en cuidar a un niño, dirigir un negicio o desarrollar alguna actividad.

Receta 2

Hemos avanzado pero todavía nos queda un largo camino por recorrer. Por eso creo que por la situación global de la humanidad, lo más probable es que hayas vivido con normalidad esta situación de preferencia y poder que tiene la figura masculina, independientemente de que seas hombre o mujer. Esto afecta al cómputo y dominio global de nuestra existencia, por ejemplo, con qué tipo de pensamiento y estructura de apoyo voy  a habitar mi casa o vivir en mi soledad.

Práctica: dedica unos instantes a reflexionar sobre ello y a ser posible, intenta darte cuenta de si esto te ha generado conflicto en algún momento. Es importante que esta perspectiva la tomes sobre ti mismo y no sobre un acontecimiento o hecho social que conozcas. Es decir, sobre algo de tu historia de vida.